Por César Campoy.
Sin duda, otro de los clásicos del género, servido a partir de una melodía pegadiza y emocionante, la misma que suena, día tras día, en celebraciones varias, por toda la región. La práctica totalidad de las fuentes identifican este Tamburalo momče uz tamburu como una pieza tradicional, de autor desconocido. Eso sí, el propio Muhamed Mešanović Hamić, encargado de interpretar la versión que analizamos aquí, no duda en atribuirse, en los créditos del sencillo en cuestión, su autoría. Posiblemente, lo que realmente pretendía tan magnífico intérprete es hacer suya la mágica adaptación que realizó al saz. Porque eso, y no otra cosa, es Hamić: uno de los máximos maestros que tan hipnótico instrumento ha brindado. Sin duda, el sarajevita figura en el panteón de los clásicos, en compañía de Hašim Muharemović y Selim Salihović. Los pocos discos editados en vida, con sellos como Jugoton, PGP RTB y Beograd Disk, son una muestra indiscutible de su entrega absoluta al saz. En los años 1966 y 1967, el artista ya había publicado un par de soberbios epés bajo el título Pjeva uz saz. En ellos había recuperado clásicos como Bogata sam, imam svega, Teško meni, u Saraj’vu sama, Oj medjice, medjice o Je li vedro, Il’ oblačno, Il’ je tamna noć (vamos, el Il’ je vedro, il’ oblačno), en unas grabaciones que quedarán para la historia como un auténtico manual de comprensión y ejecución del instrumento.
Y, en esas andábamos, cuando, en 1970, ya bajo el manto de Jugoton, Mešanović se desmarca con un sencillo de infarto, que encabezaba una embriagadora ejecución del Pita Fata Halil-mejhandžiju (fíjense, otro clásico imperecedero) y que completaba, efectivamente, la bella Tamburalo momče uz tamburu, cuyo título, traducido al castellano, vendría a ser El chico tocaba la tamburica, y que, de nuevo, afronta una historia repleta de amor: «El chico tocaba la tamburica, la tamburica de oro puro. Las finas cuerdas, el pelo de una chica. La púa, una pluma de halcón«, comienza. Al chaval, por lo visto, lo observa la joven Ajka, que prendada, se lo hace saber a su madre, y sueña con colmarlo de rosas y claveles, e iniciar una relación repleta de besos. Todo ello, merced a la soberbia ambientación ideada por Hamić, es asumido por el oyente, de inmediato. El escenario es presentado de manera sencilla, pero eficaz. Entra el saz, punzante, abriendo el telón. Acto seguido, Muhamed inicia una embriagadora danza con un instrumento que por momentos, parece multiplicarse. Escuchemos, sin ir más lejos, como el maestro no se limita a unificar, como mandan los cánones, las líneas melódicas de voz y saz, sino que maneja las cuerdas con tal habilidad, que, además, es posible distinguir otra tercera vía basada en el acompañamiento.
Una auténtica maravilla, sin duda, que consigue dignificar, más si cabe, la esencia de una composición universal cuyas interpretaciones y grabaciones son abundantes. De todo tipo y condición. Desde otros maestros del saz como Muharemović o Avdo Lemeš, hasta figuras tan variadas como las de Lepa Brena, Nedžad Salković o Mirko Rondović. En 1982, por ejemplo, Zehra Deović, incluyó una revisión más orquestal en su disco Zehrin Sevdah, con la ayuda de Ismet Alajbegović Šerbo y la Narodni Orkestar RTV Sarajevo, además de la producción de Risto Svirkov. Dos años después, Himzo Polovina publicaba Sevdah i suze, un elepé más que recomendable, de sonido más moderno (los arreglos eran de Omer Pobrić, y, la producción, de Blagoje Košanin). Su interpretación del Tamburalo momče uz tamburu, por supuesto, permanece como una de las más populares. En lo que llevamos de siglo, los homenajes siguen siendo de lo más variado: Del pasado por el tamiz swing de Ibrica Jusić (en su Amanet de 2003), al sofisticado de Halka (en su O ljubavi de 2014), pasando por la sorprendente pieza de aires surferos y garageros brindada, en 2004 (Ride the first wave) por unos cachondos Bitch Boys (¿pillan la broma?) que, precisamente, se cierra con un pequeño tributo a la interpretación de Polovina.