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Por César Campoy.

Tres frases y un tempo calmado, no apto para seres impacientes, son suficientes para dar forma a una pieza altamente emocional, ideal para ser interpretada por un acordeón virtuoso o una fanfarria apasionada, y con vocación de criatura instrumental. La propia Zehra ya la registró, en 1963 (Jugoton), eso sí, bajo el título Pšeničice, sitno zrno, incluyéndola como cara B del sencillo encabezado por Oj Prijedore, pun si mi sevdaha. En aquella ocasión contaba con dos escuderos de lujo: Ismet Alajbegović Šerbo y Jovica Petković. Como aquel que dice, la cantante nacida en Foča en 1938 hacía pocos años que se había dado a conocer a un gran público al que acabaría cautivando hasta convertirse en una de las voces femeninas más importantes que ha dado el género. Casi dos décadas más tarde, ya en lo más alto, retomaba esta composición (ahora sí, como Pšeničice, sitno sjeme) para que formara parte de un magno elepé titulado Zehrin Sevdah (Jugoton, 1982), repleto de clásicos y registrado en los estudios de la radiotelevisión de Sarajevo. Un ambicioso proyecto, producido por Risto Svirkov, dirigido musicalmente por su querido Alajbegović, y que contaba con arreglos del propio Ismet, Jovica y Mijat Božović. Una alineación de lujo que consiguió cincelar un vinilo de altura, cuya insuperable tarjeta de presentación podría ser la interpretación del tema que nos ocupa. 

La Deović, sonriente

Reparen en el magistral modo en que los instrumentos de pulso y púa y, sobre todo, el violín y el acordeón, se van alternando para dar cobijo a una Zehra que camina lenta, pausada, aguantando, como si de un doloroso via crucis se tratara. Virtuosismo en las teclas e inhumanos ejercicios de respiración se combinan para crear un ambiente agónicamente bello. Realmente asombroso, e ideal para dar vida a un texto que podríamos traducir como Pequeño trigo, pequeña semilla, sin duda, un título que, por su condición, huele a metáfora, bien como elemento calificador cariñoso, o como recuerdo del momento en el cual surgió el amor, y que huele a pesimista ternura: «Desde que nos miramos no nos hemos besado; yo te besaría cuando tu madre diera el permiso«. 

El Predrag (también), sonriente

Evidentemente, la de la Deović es una de las interpretaciones más recordadas en un océano de versiones, prácticamente inabarcable. Las hay para todos los gustos. Desde las primeras y populares, como la realizada por Predrag Gojković Cune (PGP RTB, 1965), en aquel epé encabezado por Pod Avalom svi je znaju, en el que, con embriagadora voz aterciopelada, se ayudaba del sexteto de Dušan Radetić; hasta las diversas llevadas a cabo por Hanka Paldum, Branka Stanarčić o (más recientemente) Ibrica Jusić, pasando por emocionantes tributos sin voz a cargo de los virtuosos acordeones de Radojka y Tine Živković (brava su grabación de 1979), el mismísimo Jovica Petković, o el serbio Ljubiša Pavković (más melancólica). Por supuesto, no podíamos olvidarnos de la trompeta de Miroslav Matušić (grande su versión de 1983), así como de otras fanfarrias como las de Svetozar Lazović (la incluida en su disco Stani, stani Ibar vodo, de 1985, es una buena muestra), uno de los trompetistas serbios más reputados, que hizo suyo este tema y lo convirtió en uno de sus emblemas, tras habérselo escuchado, precisamente, al maestro Matušić. Interpretando esta pieza, en 1980, en Guča, Svetozar se metió en el bolsillo a toda la comunidad apasionada y alocada. De hecho, nuestro Pšeničice, sitno sjeme (o, en este caso, Pšeničice, sitno seme) hace tiempo que se convirtió en una de las sonatas más solicitadas del festival, y formaciones como la Boban Marković Orkestar han venido convirtiéndose en fieles escuderos de sus compases.

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