Por César Campoy.
Unas cuantas entregas atrás nos sumergimos, durante un buen rato, en las profundidades del maravilloso y asombroso universo de Rade Jovanović, uno de los compositores yugoslavos más activos y particulares que ha dado la música, y un enamorado de Goražde. En aquel momento ya describimos cómo este sufrido ser humano, tras padecer diversas y dramáticas vicisitudes a lo largo de su existencia, acabó encontrando en la catedral del Sevdah refugio ideal para su espíritu. Y, así, desde recién finalizada la II Guerra Mundial, y en compañía de la joven guardia de la sevdalinka apostada en Radio Sarajevo, comenzó a crear himnos como aquel Negdje u daljine que, hoy por hoy, siguen siendo referentes indiscutibles del folclore de la zona.

Rade, un grande.
Uno de ellos, efectivamente, es este Jablani se povijaju que, ni más ni menos, tiene el honor de haberse convertido en el primer gran triunfador del mítico festival de la canción tradicional de Ilidža (Festival narodne muzike Ilidža) que, como el lector ya sabrá, es un bello paraje que se encuentra a pocos kilómetros de Sarajevo. En 1964, tan celebérrimo acontecimiento comenzó a rodar de manera oficial, e, inmediatamente, se convirtió en un magnífico escaparate en el cual artistas consagrados, nuevas voces con futuro, sellos discográficos, representantes y medios de comunicación convivían (algunos de buena fe; otros, no tanta) para contribuir a cimentar las bases de una industria musical popular que ayudara a consolidar una conciencia nacional de unidad. Allí sonaron acordes relacionados con el folclore de toda Yugoslavia, y allí se definió el futuro artístico de algunas de las más grandes figuras del país que, nada más bajar del escenario, eran abordadas por cazatalentos con contratos listos para ser firmados en el capó del Yugo más próximo.

Caballo ganador
Para que nos hagamos una idea, en aquella primera edición se subieron a las tablas gigantes de la talla de Beba Selimović, Zaim Imamović, Silvana Armenulić y Safet Isović, y, en algunas de las citas, los discos que se publicaban pocas fechas después, rozaron los dos millones de copias vendidas en todo el país. Sarajevo hacía gala de su condición de cuna del folclore patrio (a los pocos años fue rebautizado como Festival de la Canción Yugoslava), y por aquel escenario pasaban figuras (más o menos consolidadas) de la canción de todas y cada una de las repúblicas. Sin ir más lejos, en 1988, una de las últimas ediciones antes de la guerra (durante varios años, Ilidža quedó bajo el control de las fuerzas serbo-bosnias), la triunfadora fue una jovencísima Ceca (de allí salió convertida en una estrella con 15 añitos), la misma que, poco tiempo después, se convertiría en reina del turbo-folk, y musa y esposa del criminal Arkan.

El festival, en vinilo.
Pero, vayamos a lo que importa. Aquel certamen acabó convirtiéndose en una fiesta musical repleta de exhibiciones sonoras. Una de ellas tenía carácter competitivo, y a ella accedían dúos integrados por el compositor y el artista de turno comprometidos con una pieza original. En 1964, la pareja ganadora no fue otra que la compuesta por nuestros admirados Isović y Jovanović, a partir de una impecable interpretación, por parte del primero, de una de las composiciones más celebradas del segundo: Jablani se povijaju. Poco después de la celebración del festival, veía la luz el epé de turno con los mejores temas del evento: el que nos ocupa; un Pesna za Skopje, compuesto por Nenad Petrović, e interpretado por el Duet Sarievski-Badev; el Pokraj Jajca teče voda Pliva, ideado por Zaim Imamović y Mile Bogunović, y ejecutado por el propio Zaim, y Još ove noći, una pieza del mismísimo Rade Jovanović (sí, estaba en racha), brindada al respetable por Nada Mamula.

Ilidža, elegante.
Como era de prever, este Jablani se povijaju se convirtió muy pronto en uno de los himnos indiscutibles del compositor de Goražde. A él ha seguido unida siempre esta melodía, y de su terruño acabó convirtiéndose en una especie de himno-homenaje, al igual que esos álamos que se balancean sin cesar, según reza el título y la letra de la pieza. De hecho, cuando en 1986 Jovanović decidió acabar con su vida al no poder soportar esa enfermedad que le deshacía por dentro, junto a su tumba fueron plantados un par de ellos. Los mismos que, hoy en día, siguen aguantando en pie, y los mismos que, durante la guerra, y pese a los duros combates que se desarrollaron en una Goražde sitiada y castigada sin compasión, tanto bosniacos como serbios decidieron respetar y no quemarlos ni talarlos para convertirlos en leña o carne de trinchera. Tal es la admiración que el bueno de un Rade, reivindicado y revisitado constantemente, despierta en los territorios yugoslavos.

El estreno de Halka.
La interpretación que nos ocupa se encuentra incluida en el primer larga duración de Halka (de título homónimo), publicada en 2013 por Gramofon bajo la atenta mirada y producción (faltaría más), de Edin Zubčević. La grabación, todo un acontecimiento en el universo contemporáneo de lo Sevdah, teniendo en cuenta que descubría, para el gran público, a un artista integral e irrepetible como Božo Vrećo, se llevó a cabo en el Muzički Centar Pavarotti de Mostar, durante mayo de ese mismo año, y a los mando se situó Eric Bajramović. Acompañaban a Božo, Adis Sirbubalo (acordeón y piano), Edvin Hadžić (contrabajo), Dino Šukalo (guitarra) y Anes Beglerbegović (percusión). Ellos mismos se encargaron, además, de los arreglos. A partir de aquel año, algo en esa vetusta torre llamada sevdalinka estuvo a punto de tambalearse, mientras que el mundo de la canción mundial ganó un intérprete personal e intransferible.
Avanzábamos la traducción aproximada de esta perla sonora. Vendría a ser algo así como Los álamos se balancean. Su texto, depurado, tiene mucho de Sevdah: espíritu agridulce y desamor. Rade articula una consistente composición al encargarse de letra y música. Homogénea, compacta y emocionante, aupada por un texto a través del cual un infante derrotado por ese amor no correspondido busca consuelo en un bosque de álamos. Allí se cobija pensando en su añorada Esma. Allí pasa la noche, triste, esperando los rayos del amanecer, contando, eso sí, con la complicidad de aquellos árboles que se convierten en sus más cercanos confesores. «Para mí no hay paz«, afirma, para sentenciar: «Vamos, Esma, cariño, ámame, ayúdame a sacar mi corazón de la pena, que me estoy muriendo«.

En vivo, por Vanja Ćerimagić.
En cuanto a la interpretación de Halka, nadie podrá negar que nos hallamos ante una revisión original. Entra, veloz, la introducción a lomos de todos los instrumentos. A continuación, la sorpresa: Vrećo se muestra, sin vergüenza, modulando de manera académica. El ritmo sigue siendo frenético, acordeón y percusión lanzan pinceladas y desarrollos que tratan de convertirse en una apología del horror vacui. Božo, impasible, pero derrochando sensibilidad, sigue su camino combinando fragilidad con ímpetu. Poco que reprocharle. La recta final, huracanada, sufre un repentino parón para brillante lucimiento del vocalista. La marcha se reanuda elegante. Fin.
La verdad, en el aspecto de las versiones más conocidas o recomendadas de nuestro Jablani se povijaju, además de la de Halka, no hay mucho donde rascar. Esta pieza, tradicionalmente, siempre ha estado identificada con el tío Safet, y punto. Nosotros no hemos hallado revisiones registradas oficialmente por otros grandes del género. Si lo analizamos, tiene su sentido. ¿Qué grande de la canción española se aventuraría a realizar una versión de El porompompero, para tratar de competir con la icónica interpretación de Manolo Escobar?

Pose orgullosa.
De esta manera, grabaciones las hay, y varias, pero todas fueron realizadas, a lo largo de medio siglo, por el propio Isović. La primera, como era de prever, la que formaba parte de aquel famoso epé Melodije Ilidže, correspondiente a la primera edición oficial del Festival de Ilidža, en 1964 (PGP RTB). Con un tempo y desarrollo parecidos a la recuperada por Halka (por su puesto, con diferente instrumentación), la Ansambl Dževada Šabanagića fue la encargada de acompañar a Safet. Un año más tarde, también PGP RTB publicaba otro epé, encabezado por Pjesma Sarajevu, y en el que también podíamos encontrar el Pod Beharom y el Dobio sam zumbul cvijeće, además, de Jablani se povijaju. En esta ocasión, los encargados de arropar esta nerviosa interpretación (recuperada en un recopilatorio de 1972) no fueron otros que los ases del acordeón Radojka y Tine Živković. En 1988, con la inestimable ayuda del siempre solvente Omer Pobrić y su orquesta, y vía Diskoton, veía la luz el disco Za dušu i sjećanje; un homenaje a clásicos de la sevdalinka, actualizados al polémico modo ochentero (de nuevo, ¡esas baterías electrónicas!). Repare el lector, en el vozarrón que, a esas alturas de la película, se gastaba ya un maduro Isović. Un chorro capaz de despeinar al mismísimo Mijatović nada más bajarse del avión en el aeropuerto de Manises. Y, finalmente, 15 años después, en 2003, la guinda del pastel llegó a partir del popular directo Koncert uživo (publicado por Bosnaton), celebrado en Zetra. Allí, el maestro del género no cesa de recibir espontáneos parabienes mientras se apoya en un coro y una orquesta cuyo número de integrantes casi alcanza al de los miles de embobados asistentes. Así se despiden los grandes, sí señor.