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Por César Campoy.

En Yugoslavia (más en concreto, en Serbia), llamarse Rade Jovanović vendría a ser como atender al nombre de Pepe Pérez. De esta manera, si uno hubiera sido alumbrado en la zona con tal marca, podría haber acabado convirtiéndose en héroe partisano, escritor, jugador de baloncesto del Estrella Roja o (y éste es el punto que nos interesa) uno de los compositores de sevdalinkas y piezas tradicionales más importantes que ha dado el folclore balcánico. Nuestro amigo, nacido Radoslav, en 1928, pasó su infancia en Goražde. Allí le pilló el inicio de la II Guerra Mundial y, mientras decidía si se afeitaba la pelusilla del bigote, con tan sólo 13 años, optó por unirse a la resistencia comandada por Tito. Tan en serio se tomó Rade el asunto que, cuando el Mariscal y Stalin comenzaron a decirse de todo menos «bonito», pasó una buena temporada preso en Goli Otok, por comulgar demasiado con los ideales del georgiano. Allí, como era de prever, sentó la cabeza y acabó jurando seguir el camino del camarada Josip Broz. Poco tiempo después, a modo de exorcismo, se sumergía de lleno en el mundo de la música.

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Perlas de nuestra música.

A mediados de los 50 del siglo pasado, ya había hecho buenas migas con aquella nueva generación de artistas que convirtió Radio Sarajevo en centro de peregrinación de lo Sevdah. De hecho, con su primera composición, Često mlađan prošetah kraj Drine, se arrimó a uno de los que cortaba el bacalao: Zaim Imamović. Y la verdad es que se lo trabajó tanto que, en 1958, ya estaba firmando caras A de sencillos para la mismísima Nada Mamula y el gigante Jugoton. ¿Qué tema? Pues precisamente el que nos ocupa hoy: un Negdje u daljine registrado junto a (agárrense, por favor) nada más y nada menos que Ismet Alajbegović-Šerbo y Jovica Petković, en un dúo de acordeones histórico. La cara B de aquel vinilo, de hecho (Smederevo, grade od starina), la firmaba el propio Petković. A partir de ahí, adivinarán, el tío Jovanović se infló a idear éxitos populares que fueron interpretados por las voces más reputadas del país: Gvozden Radičević, el propio Zaim, Nedeljko Bilkić, Predrag Gojković o Safet Isović, con quien se llevó el primer premio del Festival de Ilidža (algo así como nuestro Festival de Benidorm en sus buenos tiempos) en 1964 con la maravillosa Jablani se povijaju. Cuando, un año más tarde, Jovanović (ahora con Bilkić) repitió éxito en tan celebérrimo evento, con Ne pitaj me stara majko, el despiporre ya era generalizado, y a Radoslav, un tipo noble y modesto, fumador empedernido y amigo del chupito, se lo rifaban sin miramientos. Más de medio millar de composiciones cinceló el grandísimo Jovanović hasta que, en 1986, el día de su cumpleaños, decidió quitarse la vida, agobiado por el cáncer que le carcomía.

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Rade, en sus tiempos felices.

Tres lustros antes, una jovencísima Mersa ‘Meri’ Miljković, nacida en la localidad bosnia de Velika Kladuša, cuna de una de las empresas más importantes de Yugoslavia, una Agrokomerc que, capitaneada por el siempre polémico Fikret Abdić (sí, el impulsor, durante la última guerra, de la Provincia Autónoma de Bosnia Occidental), fue protagonista de un sonoro escándalo económico, encontraba (Miljković, que nos liamos) el amparo del sello serbio Diskos y el compositor y productor Dobrivoje Ivanković, para convertirse en una especie de Marisol balcánica merced a un pegadizo (o pegajoso) Čičo, Čičo. En los primeros meses, el propio Ivanković se encargó, además, de componer algunos temas para una artista que, a mediados de los 70 del siglo XX, ya se había entregado al arte de la sevdalinka. En 1976, sin ir más lejos, y bajo la marca Meri, veía la luz un epé en el cual interpretaba clásicos como Zvijezda tjera mjeseca o U Stambolu na Bosforu. Seguía editando Diskos, pero la prometedora voz ya contaba con el concurso de la Tamburaški Orkestar RTV Sarajevo.

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Época de conversión.

En los siguientes años, Mersa fue jugando a dos bandas. Mientras publicaba sencillos de temas compuestos por artistas (la mayoría de ellos, serbios) como Braća Spasojević, Atanasije Savić, Časlav Đoković, Era Ojdanić, Milutin Popović o Milutin Mijailović, sus largos vivían de la pura tradición bosnia. En esta suerte de conversión, de hecho, jugó un papel fundamental Krešo Filipčić. De hecho, en apenas dos años (1981 y 1982), y con la inestimable ayuda del acordeonista y de la Orkestar Bijele Strijele (tan sólo el nombre le une a aquel mítico conjunto sesentero yugoslavo), la Miljković verá publicados tres elepés con el apoyo de la discográfica croata Suzy, y la producción de Siniša Doronjga. Una trilogía iniciada con Bosno Moja, continuada con S one strane plive, y coronada con el vinilo que más nos importa hoy: Biseri narodne muzike. En él nos topamos con clásicos como Mila majko šalji me na vodu, Omer beže, Gde si, da si, moj golube y, por supuesto, el Negdje u daljine compuesto por Rade.

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Todo comenzó con Nada Mamula.

Un año más tarde, en 1983, Mersa volvió a mirar, de nuevo, al sur, y buscó el cobijo de Diskos para publicar el larga duración Što te nema (nada que ver con Šantić y lo Sevdah), con la ayuda del acordeonista serbio Mirko Kodić. Muchos de los temas venían firmados por un viejo conocido: Braća Spasojević. Lo que siguió tiene que ver con sucesivos intentos, por parte de Meri, de mantenerse en el candelero, en forma de folk machacón o rememorar los inicios (un Čičo, Čičo que, incluso, tuvo su versión discoquetera). Desde los 90, Miljković se ha movido entre su Velika Kladuša natal, Zagreb y Nueva York. Allí, además de seguir cantando, sobre todo, para la diáspora yugoslava, trabajó en el mundo de la moda. Tras la guerra, ha reivindicado una condición de auténtica intérprete de sevdalinka que, simplemente por aquella interesante trilogía, se le debería reconocer.

Así pues, nuestra Negdje u daljine podría traducirse como En algún lugar en la distancia, y su texto tiene todas las cartas para convertirse en la típica sevdalinka de cariz melodramático. Una pieza de libro de desamor y corazón roto, coronada por una melodía que le acompaña a la perfección. La persona desconsolada se encuentra, literalmente, hundida, prácticamente en la miseria: «En algún lugar en la distancia, mi mirada está perdida; mi corazón anhela a alguien que está lejos. Mi juventud se marcha y se marchita con ese anhelo, porque mi amor está lejos, muy lejos de mí. Anhelo y ansío aquel lugar tan lejano, y tu cálido y amoroso abrazo«, afirma tan desgraciado ser que corona con un «la distancia ha separado muchos corazones«.

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Mostar Sevdah Reunion y amigos.

Tamaño panorama, como no podía ser de otra manera, es brindado al respetable a partir de una interpretación tristona, trágica, que encuentra, en el acordeón de Filipčić y el grandiosamente patético abrazo del resto de la orquesta, unos aliados de primera. En su introducción, la sección rítmica (bajo y batería) marca el paso herido mientras el acordeón anticipa la línea del estribillo. A continuación, toda la artillería cede ante la calma. Se mantienen bajo y batería, además de acordeón, y entra, firme y serena, la voz de Mersa, casi inmutable, pero sentida. A medida que avanza la estrofa, más instrumentos van incorporándose hasta el éxtasis total del estribillo. Será la tónica constante. Miljković, por su parte, parece no despeinarse, y apenas modula. Afinación perfecta, vibrato cuando toca, respiración controlada. El colchón que la acompaña, con un Krešo que imprime melancolía sin piedad en las transiciones, son un seguro de vida. Mersa ha de limitarse a hacer lo que mejor sabe. El final, también de manual, ralentizado.

Por lo que respecta a otras interpretaciones de Negdje u daljine, el lector comprenderá que, ante tamaño caramelo, es difícil resistirse. A la mencionada de la diva Mamula debemos añadir la de otro de los pilares del Sevdah. En 1961, un joven Safet Isović se marcó una revisión sentidísima. Le acompañaban (como, tres años antes, a Nada) Alajbegović-Šerbo y Petković.

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Cuando Božo todavía confiaba en Halka.

Varias décadas más tarde, ya en el siglo XXI, revitalizadores de la sevdalinka, de diverso pelaje, siguieron rindiendo tributo a este clásico del género. Por una parte, una de las escisiones de Mostar Sevdah Reunion, la liderada por Nedeljko Kovačević e Ilijaz Delić, en su disco 2010, buscó la complicidad de Hasiba Agić. Cuatro años después, y todavía bajo la marca Halka, el maravillosamente impredecible Božo Vrećo se marcó una revisión inolvidable. Fue en el segundo larga duración de la formación, O Ljubavi, editado bajo el manto de Gramofon (y producción, evidentemente, de Edin Zubčević). Aquel disco, curiosamente, incluía otra pieza compuesta por el maestro Rade Jovanović: Kad sretneš Hanku. La misma que, en 1970, y en la voz de Safet, fue considerada, por la crítica, la mejor canción folclórica yugoslava de la década.

Además, y buena muestra del calado de esta pieza en la cultura popular balcánica, también Negdje u daljine forma parte de legado cinematográfico protagonizado por conocidísimos realizadores surgidos en las últimas décadas del siglo pasado. Lo comentábamos alguna entrega de Sevdalinkas atrás, precisamente cuando recuperábamos un clásico del Sevdah, Teško meni jadnoj, u Saraj’vu samoj, en este caso, en manos de Damir Imamović Trio. Entonces, rememorábamos una mítica escena de la multipremiada ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (Sjećaš li se Dolly Bell?, 1981), de Emir Kusturica, interpretada por unos inspirados (vía rakija) Pavle Vuisić y Slobodan Aligrudić.

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¿Dónde mejor que en la kafana?

En esta ocasión, y también cuando hacía sus primeros pinitos en lo audiovisual, Ademir Kenović, director de piezas tan recordadas como El círculo perfecto (Savršeni krug, 1997), se ponía detrás de la cámara para cincelar una más que recomendable cinta producida por la televisión pública de Sarajevo: Ovo malo duše (1987). En un momento del filme, nuestro joven (y un tanto alelado) protagonista, triste, taciturno y enamorado, debatiéndose entre la pubertad y la edad adulta, acude a la kafana del pueblo para ponerse fino y olvidar las penas. Una de ellas, precisamente, viene propiciada por la ausencia de la novieta, que se ha largado a Tuzla a hacer el BUP. Y el lector pensará: ¿Qué mejor excusa para emborracharse que ahogar las penas en licor mientras un acordeón y un violín desafinado interpretan Negdje u daljine? Pues eso.

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