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Por César Campoy.

Pocas voces como la del eterno Himzo Polovina podían ser capaces de acariciar los compases que componen esta bella Na prijestolu sjedi sultan. Tal vez eso explique el hecho de que, pese a la condición de clásico del tema, pocas sean las referencias registradas que se conservan. De nuevo nos encontramos ante una sevdalinka construida alrededor de un texto de Safvet-beg Bašagić, como ya sabemos, uno de los referentes de la literatura bosnia y de la intelectualidad de la región. Su pluma, de hecho, está presente en otras piezas inmortales como Što je život, Evo ovu rumen-ružu o Sini, sini, sjaj mjeseče. Cuando el Doctor Polovina se animó a grabarla, evidentemente, el cantante ya formaba parte de la historia del género. Sin ir más lejos, un año antes, había visto la luz aquel irrepetible sencillo compuesto por Emina y Hasanagin Sevdah (Što te nema).

Ponle pegas a este epé

Así pues, ese 1965, Himzo entra en el estudio, y graba cuatro canciones. Dos de ellas, con la Narodni Ansambl de Jovica Petković y, las otras dos, con la de Ismet Alajbegović-Šerbo. Aquel mítico epé, editado por Jugoton, estaba compuesto por una bellísima revisión del Azra (sí, Kraj tanana šadrvana), cuya traducción del original de Heinrich Heine muchos atribuyen a nuestro Bašagić (otros muchos, a Aleksa Šantić), Meni draga, sitna pisma piše (una endiablada pieza de Nikola Škrba y Petković), la embriagadora Lutaj, pjesmo (con texto de Živorad Marković y música del propio Polovina) y nuestro Na prijestolu sjedi sultan, aquí rotulado como Na prijestolju sjedi sultan. Tan magna criatura fue reeditada en los años siguientes. Además, nuestra protagonista fue incluida, en 1970, en aquel imprescindible elepé recopilatorio titulado Himzo Polovina.

Una recopilación necesaria

En ella, es el Sultán Ekber quien aparece retratado, tanto en el título (En el trono se sienta el sultán), como en el texto. No obstante, en el imprescindible libro Yugoslav folk music, de la Milman Parry Collection, cincelado por Béla Bartók y Albert B. Lord, aparece una versión muy parecida a la que nosotros estamos abordando. En esta ocasión, el mandamás protagonista es Abdulah Džemil, y el título exacto es Na prestolu sultan sjedi. La grabación en la cual se basa el estudio elaborado fue registrada en el municipio de Livno, en septiembre de 1934, y fue interpretada por Meho Jarić. Como comentamos, las dos primeras estrofas, a excepción de los nombres, prácticamente coinciden con la versión que a nosotros nos interesa, y que está estructurada en cuatro bloques que vienen a narrar la siguiente historia: Resulta que se encontraba el gran Ekber sentado en su trono y, a su lado, el joven visir Begler. Todo transcurría con relativa normalidad, incluso se palpaba cierta modorra en el ambiente, cuando, de pronto, el primero sorprende al segundo con esta pregunta: «Dime joven visir: ¿Quién te dio las llaves doradas de mi harén?«. El otro, lejos de acobardarse, contraataca: «Tu hermana me las dio, y dos besos también, y hasta el amanecer hubo tantos que ni puedo recordar«. Al sultán, como era de prever, no le queda otra: «¿Eres consciente de que el verdugo te cortará la cabeza?«. «Espera, quiero a tu hermana«, replica el visir. «Haz lo que tengas que hacer: ¡Dame a tu hermana o dame la muerte!«. En ese momento, el sultán saltó de su trono como un gigante furioso, y el silencio reinó como si todos los presentes hubieran caído fulminados. Al fondo, incluso, alguno hace mutis por el foro oliéndose lo peor. No obstante, una voz misericordiosa sentencia: «¡A mis brazos, el sultán Ekber os bendice!«.

Ibrica también se atrevió

Tan bello relato es musicado, de manera insuperable, por un Ismet Alajbegović que dirige a su orquesta de manera magistral. El ritmo propuesto, pizpireto, pero ligeramente agridulce, presenta elementos acertadísimos como ese acordeón a modo de transición, cuando el tempo se ralentiza o para, o esa suerte de pandereta que acompaña a la pieza. Elegancia y delicadeza máxima para arropar la siempre reconfortante voz de un Polovina que narra los hechos con una brillantez y dignidad que muy pocos son capaces de conseguir. Tan pocos, que, tras aquella espléndida grabación, apenas hubo nadie que osara competir, con ella, en un estudio. Nosotros haremos referencia a dos de esas grabaciones: En primer lugar, una bastante original y trabajada, incluida por Šaban Šaulić en su disco Biseri narodne muzike (Sarajevo Disk, 1986). ¿La segunda? Una mucho más moderna y actualizada, a cargo de Ibrica Jusić, que forma parte de un elepé, Amanet (Dancing Bear, 2003), en el cual el artista croata rendía merecido homenaje al sentido arte de la sevdalinka.

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