Por César Campoy.
Nacida en Belgrado a mediados del siglo pasado, Zorica Brunclik está considerada una de las voces más populares y aclamadas de la música popular de los Balcanes. Desde muy joven comenzó a cantar en restaurantes y cafés, hasta que otro conocido artista balcánico, Bora Spužić Kvaka, reparó en aquella descarada adolescente que iba al colegio con su hija. Avispada e inteligente, además de formarse en asuntos musicales, también pasó por las Facultades de Económicas y Derecho. Cuando todavía no había cumplido los 20 años, fue fichada por el sello PGP RTB, donde militó, prácticamente, mientras la discográfica existió. Su primera referencia, en 1974, fue el sencillo encabezado por Ne daj da nas rastave, de Tihomir Paunović, uno de sus compositores de cabecera durante sus inicios, junto al también compositor Novica Urošević, otro de sus indiscutibles mecenas. Impetuosa como pocos, ha sabido explotar su espontaneidad y cultivar una imagen llamativa. Su pasión por la música, además, le llevó a elegir, entre sus cuatro maridos, a dos acordeonistas de renombre: Ljuba Kešelj y Miroljub Arandjelović Kemiš.
Tras la publicación de aquel Ne daj da nas rastave, todo vino rodado. Ese vinilo fue todo un éxito, y en el sello belgradense decidieron tirar la casa por la ventana, y apostar por Zorica que, en 1978, entró de nuevo en el estudio para registrar uno de sus temas más recordados; precisamente, el que hoy nos ocupa. Se trata de una composición tradicional, que hasta el momento, como veremos más adelante, no había sido grabada por demasiados artistas, pese a sus tremendas posibilidades interpretativas. En esta ocasión, la Brunclik se vio arropada por los arreglos y la orquesta de otro grande, Branimir Djokić, productor, compositor y acordeonista serbio de altura, y, durante un tiempo, también máximo responsable de la Narodni Ansambl RTS.

Zorica, sideralmente tradicional
Djokić trabajó en más ocasiones con la propia Zorica, así como con otros artistas de diversos estilos como la gran Silvana Armenulić, Vasilija Radojčić, Šaban Šaulić, Meho Puzić o Šerif Konjević. En este caso, se hizo con las riendas de un larga duración, precisamente titulado Aj, mene majka jednu ima, que se convertía en el segundo elepé de una artista que se atrevió con diversas piezas populares de los Balcanes; entre ellas, alguna netamente tradicionales como la sentidísima Oj, javore, javore o la celebérrima Ajde Jano kolo da igramo. Con el transcurrir de los años, Zorica fue tratando de adaptarse a los nuevos tiempos, registrando temas que tenían más que ver con el folk-pop de fácil digestión y sintetizadores machacones, que con la esencia Sevdah, como atestiguan trabajos de explícito título como Ja sam tvoja karamela (1985). La Brunclik ha seguido en activo durante el siglo XXI. De hecho, sigue arrastrando, tras de sí, una fiel legión de seguidores.

Los años 80, efectivamente
La traducción de este Aj, mene majka jednu ima vendría a ser algo así como Oh, mi madre sólo me tiene a mí, o Soy la única hija de mi madre. El avezado lector ya adivinará que la protagonista de la breve pero intensa historia se enfrenta a un problema de magnitudes importantes, sobre todo teniendo en cuenta que la narración podría trasladarnos, perfectamente, a los tiempos del dominio otomano en los Balcanes. La pobre pero decidida chica se encuentra ante un dilema de aúpa. Al ser la única hija, se supone que tiene que acatar los deseos y directrices de su madre, que pretende ser quien elija al marido ideal para su pequeña. No obstante, y como ustedes adivinarán, éste no es de quien la joven anda prendada. Como muchas otras piezas del folclore balcánico en general y bosnio en particular, nos hallamos ante una típica canción de amor y deseo, pero también de rebelión contra la tradición.
Por lo que respecta a la interpretación que nos ocupa, la de Zorica, posiblemente haya dos elementos que, a priori, más llamen la atención del oyente. Por una parte, esa reverberación que acompaña continuamente a la voz de nuestra protagonista. No es original, ya que, sobre todo en algunas grabaciones llevadas a cabo por féminas, desde los años 60 del siglo XX se ha venido utilizando en algunas sevdalinkas. Sin duda, consigue un efecto un tanto onírico y especial, que confiere a la producción un toque incluso misterioso. Por otra parte, el «bil, bil, bil, bil» que es repetido sin cesar en varios momentos de la pieza, además de conferirle una indudable sonoridad y ritmo, vendría dado (se trata de un juego) a partir de la utilización de ese bi’l, que podría traducirse como «¿debería?»: En definitiva, la duda de la joven con respecto a seguir las órdenes de su madre, u optar por ser libre. No se trataría, tampoco, de un recurso novedoso en el género. Unos años antes, y como ya analizamos desde Sevdalinkas, la inmensa Nada Mamula había firmado una marchosa revisión del Čije je ono devojče, en la que tiraba de onomatopeyas para describir el garbo con que se mueve la protagonista de aquella canción.

La artista, en sus inicios
Esta ejecución del Aj, mene majka jednu ima es directa, impactante, veloz. Branimir Djokić lo tenía clarísimo; por eso abre con una introducción que nos marca cuál va a ser la línea del estribillo. Inmediatamente, entra Zorica, cuya voz cubre más que dignamente el expediente de dotar de ese elemento oriental requerido, a una canción que discurre sin descanso. Instrumentalmente no es barroca en exceso. Las pinceladas que acompañan y cubren a la voz son las justas. Tampoco se tercia la utilización de demasiados elementos: El acordeón tiene que ser la estrella. La recta final, como no podía ser de otra manera, es certera y contundente. Se trataba de construir una producción capaz de ser deleitada, tanto en un ambiente reflexivo, como en una madrugada de juerga desenfrenada.
En cuanto a otras revisiones de este clásico que nos ocupa hoy, la personalísima acordeonista Merima Ključo ha registrado, en varias ocasiones, un tema titulado Hajd’ sad majka, basado, efectivamente, en este Aj, mene majka jednu ima. La peculiar manera que tiene la bosnia de abordar el acordeón (una parte más de su cuerpo, sin duda), le ha llevado a crear atractivas piezas en torno a tan sugerente melodía. La última de ellas, de hecho, y también bajo el título de Hajd’ sad majka, se incluye en su último trabajo, Aritmia, publicado este 2016 y en el que, con la connivencia del tremendo guitarrista Miroslav Tadić, ha sido capaz de idear un disco a partir de mil y una influencias, resuelto con una originalidad dignísima.

Merima y Amira
Una Ključo que, precisamente, compartió grabación con otra vieja conocida de Sevdalinkas, Amira. Fue a principios de esta década, cuando ambas cincelaron el imprescindible Zumra. A esas alturas, la carrera de ambas ya estaba consolidada. La segunda, por cierto, se había estrenado en solitario en 2004 con otra joya sonora, Rosa, donde revisaba, con su maestría habitual, temas tradicionales de los Balcanes. Uno de ellos, efectivamente, era Aj, mene majka jednu ima, abordada de manera valiente e hipnótica.
Varias décadas antes, incluso antes que Zorica Brunclik, alguna contada figura capital de la sevdalinka ya se había atrevido con esta composición. Sin ir más lejos, la incontestable Mila Matić, en 1963, vía Jugoton. Más recientemente, incluso las gentes de Mostar Sevdah Reunion se han arrancado con esta gran creación, en directo.