Por César Campoy.
Volvemos a provocar, sin pretenderlo, a puristas y expertos intransigentes. Y lo hacemos, principalmente, por dos motivos. En primer lugar, por incorporar este tema a nuestro listado de sevdalinkas imprescindibles, precisamente, porque nos encontramos ante una de las composiciones más populares e internacionales, si no la que más, de la historia del Sevdah, lo que para algunos parece ser suficiente motivo para minusvalorarla. Y, en segundo lugar, porque hemos preferido, a la hora de decantarnos por una, no optar por ninguna de las decenas de interpretaciones realizadas por clásicos del género, sino por una totalmente personalísima, que ejecutó, a principios de este siglo XXI, una formación multicultural repleta de miembros no oriundos de los Balcanes.
Moj dilbere, también conocida como Moj dilbere, kud se šećeš, es un básico del Sevdah, uno de los primeros temas que suelen llegarle a cualquier neófito que se sumerge por primera vez en el universo de la canción tradicional bosnia, una pieza evidente en los centenares de recopilatorios del género. Esto, faltaría más, y pese a quien pese, no debería ser excusa para calificarla como una composición menor. Al contrario. Vendría a ser como si consideráramos Ojos verdes una creación a desterrar del firmamento de la Copla por el simple hecho de su universalidad.
El caso es que los orígenes de esta pieza son desconocidos aunque, como suele pasar con buena parte del amplio legado del catálogo de la sevdalinka, se sabe que fue concebida en tiempos del dominio otomano sobre tierras bosnias. Como comprobaremos, a lo largo de décadas ha venido siendo interpretado, tanto por féminas como por varones, pese a que es evidente que la perspectiva del personaje que se dirige al respetable es la de una mujer dramática y desesperadamente enamorada. El hecho de que esté compuesta en Si bemol menor contribuye, de manera incuestionable, a que ese elemento tan trágico y exasperado perdure de forma reiterativa y casi agobiante, a lo largo de sus compases. Si a ello añadimos una de las letras más crudas que se recuerdan en el género, acabamos de estructurar un todo que nos hace comprender el porqué de la magia de este tema, y su facilidad para calar hondo en aquel que lo escucha.
Szapora la incluyó, iniciado el milenio, en su disco Doinas & Dragons (Lejazzetal). Un trabajo que también adaptaba otros clásicos del universo sonoro de los Balcanes como el himno gitano Djelem, Djelem, o Mito Bekrijo. La formación tuvo su origen en Gran Bretaña y, tradicionalmente, ha estado compuesta por un buen puñado de músicos de aquellas lindes, además de otros instrumentistas de países de Centroeuropa. Basado sobre todo en ritmos creados a partir de instrumentos de cuerda, y un repertorio que abarcaba influencias que iban de Rumanía a Bulgaria pasando por Hungría o Moldavia, Szapora llegó a estar liderado por las hermanas Hodžic, Mirella y, sobre todo, Téa, una pintoresca vocalista sarajevita que, desde muy pequeña, fue considerada una niña prodigio. Tanto, que incluso se rumorea que llegó a cantar para el propio Tito en una recepción privada, y en tierras yugoslavas compartió aventuras con proyectos tan peculiares como el del mismísimo Mirzino Jato, el Bobby Farrell de los Balcanes. Ya instaladas en Inglaterra, Téa y su hermana apenas supieron estarse quietas: bandas sonoras, trabajos para la BBC… y su entrada, en la segunda mitad de los 90, en Szapora, con quienes recorrieron festivales de todo el planeta. Junto a un par de miembros del grupo (Oliver Wilson-Dickson y Luke Carver), Téa siguió dando rienda suelta a su pasión balcánica con formaciones como Téa Hodžic Trio. Más tarde lo siguió haciendo junto a su inseparable hermana. Tras aquel Doinas & Dragons, Szapora editó, en 2004, The Homeland Of Our Wanderings, otra nueva colección (tal vez demasiado amplia y heterogénea) de temas de diversos países del Sur y el Este de Europa, pero que también incluía una versión de aquel Soy rebelde que popularizó Jeanette. Una muestra evidente de que la formación estaba compuesta por indiscutibles intérpretes, pero también de que la coherencia de su repertorio era más que discutible. Eso sí, esto no puede hacernos obviar que, en el caso que nos ocupa, Szapora logran alcanzar cotas de emotividad indiscutibles.
Moj dilbere es un tema de amor en el sentido más crudo de la palabra, puro y duro, en toda su esencia, de principio a fin, de una amargura casi inimaginable. Su estructura musical, de evidente influencia oriental, es sencilla, pero tremendamente efectiva. En la partitura original no hay estrofas y estribillos, tan sólo una serie de 15 compases que se repite tres veces. Bueno, más bien 10, porque la segunda mitad, a su vez, también se repite. A partir de unos parámetros tan sencillos, el arreglista o intérprete puede jugar como mejor convenga. Podemos encontrar versiones con añadidos entre frase y frase, otras que incorporan introducciones compuestas expresamente… pero todas ellas coinciden en considerar el cuerpo original como el centro ineludible del tema. Tanto esos 10 mágicos compases, como una letra mítica, casi extraterrenal.
Como suele suceder con estos temas populares y antiquísimos, también en Moj dilbere es posible toparse con algunas pequeñas variaciones en cuanto a esa letra: alguna palabra adaptada, otra ligeramente modificada… No obstante, la narración que esta composición propone viene a ser la misma en todas las adaptaciones. Más que nada porque se ha convertido en una de las leyendas bosnias que más han calado en la cultura popular de sus habitantes. En resumen, estas seis líneas que componen estas tres estrofas narran la locura de amor de una doncella hacia un afortunado (o no, porque el asunto no deja de ser un tanto enfermizo) caballero. La joven en cuestión se dirige al infante para preguntarle adónde va, para, acto seguido, añadir aquello de «¿por qué no me llevas allí, también?». Al no haber respuesta, intuimos que el amor no es correspondido, y que aquél sigue su camino, lo cual desespera mucho más a nuestra protagonista que en un arrebato final se desmarca con una especie de alocado pero llamativo ultimátum que reza «llévame al casco antiguo de la ciudad, y entonces véndeme en el bazar», y que concluye con otra sentencia que demuestra, tanto la obsesión de ella por él, como, adivinamos, el hecho de que muy correspondida no se sienta. Dice así: «Cámbiame por una oka [una especie de medida turca] de oro, y luego dora con él la puerta de palacio». Difícil encontrar un ejemplo de amor desesperado y/o no correspondido en una letra tan breve, la verdad.
En la interpretación que nos ocupa, la gente de Szapora optó por incrementar más, si cabe, ese elemento dramático, a partir de un tempo increíblemente lento y cadencioso, y una instrumentación recargada que prolonga irremediablemente la agonía, además, ayudándose de una interpretación vocal angustiosa y muy particular. La introducción instrumental, basada en la melodía principal y única, comienza simple (un par de cuerdas -ese pizzicato- y un viento), para estallar en una amalgama de elementos que dan paso a una voz femenina que alarga las frases de manera visceral mientras acaba apoyándose en otra segunda voz masculina. Otra explosión instrumental sirve de vehículo para que la tercera de las estrofas, la trascendental, sea expuesta de manera repetitiva y desemboque en un final casi imperceptible, crudo. Sin duda, una adaptación con un componente de sensibilidad y carga emocional evidentes.
Finalmente, acabaríamos antes si enumeráramos qué grandes del Sevdah, o de la música yugoslava en general, de todos los tiempos, no han querido atreverse, en mil y un estilos, con mil y un arreglos e instrumentos, y con diferentes ritmos y tempos, con este Moj dilbere, que tratando de enumerar los que lo han hecho. El listado de intérpretes que han querido rendir merecido homenaje a esta composición es interminable. Algunos de ellos, incluso, lo hicieron en diversas ocasiones. He aquí una pequeña muestra: Nada Mamula, Hanka Paldum (con una letra completamente diferente), Esma Redžepova junto a Mostar Sevdah Reunion, Safet Isović, Zehra Deović, la explosiva Silvana Armenulić, Emina Zečaj, Haris Džinović, el malogrado Toše Proeski, Željko Joksimović… Y también clásicos del rock yugoslavo como los grandiosos Azra, o unos de los reyes del rock duro de los Balcanes, Divlje Jagode que recrearon este Moj dilbere de una manera tan personalísima como antológica y épica.
No obstante, tal obsesión por seguir recreando este tesoro llevó a algunos, incluidas leyendas de la canción bosnia, a tomarse tan en serio aquello de la puesta al día, que llegamos a toparnos con algunos resultados realmente discutibles. Le ocurrió, ya en los 80, al gran Safet Isović, con una revisión excesivamente «modernizada» y, tal vez, excesivamente producida. En aquella época, desafortunadamente, se había puesto de moda incorporar elementos tan discutibles (y endemoniados) como la batería electrónica, a las grabaciones de clásicas sevdalinkas. En la mayoría de los casos, los resultados son, digámoslo así, particulares. Eso sí, nada puede hacernos olvidar que seguimos encontrándonos ante uno de los himnos por antonomasia del Sevdah.