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Por César Campoy.

Un nuevo ejemplo de que la música une. Oj golube, moj golube (también conocida, simplemente, como Moj golube) aparece en muchos de los tratados de Sevdah, pero es reivindicada por diversos pueblos de la región. ¿Los más eufóricos? Kosovo y el Sandžak. De hecho, una de las interpretaciones más reconocidas de esta canción nace de la garganta de Hamid Ragipović Besko, orgulloso hijo de aquel territorio repartido entre Serbia y Montenegro, y, otra de las más celebradas, de, precisamente, la serbia Vasilija Radojčić, que acaba confiriendo al tema un aire tremendamente onírico, ayudada de esas escalas y ritmos tan próximos a la tradición montenegrina. Nosotros hemos querido recuperar, para la ocasión, la figura de un Ćazim Čolaković, nacido en Sjenica (a unos 40 kilómetros de Novi Pazar) en 1953 que, siendo un adolescente, se trasladó a vivir con su familia a Sarajevo. Allí consolidó sus estudios musicales y, pronto, en 1971, con una voz y una imagen que hubiera firmado un Joselitocrecido, ya se marcó un sencillo para Jugoton; el compuesto por los temas Piši mi y Ko nekad te volim (creados por Damjan Babić Dašo y Ediba Dedić), con apoyo instrumental de Branimir Đokić.

¿Joselito? No: Ćazim

Inmediatamente, comenzó a cincelar una carrera repleta de actuaciones, grabaciones con Diskos y, sobre todo, Diskoton, y participaciones en festivales como el popular de Ilidža, hasta que dio con Omer Pobrić, uno de los acordeonistas y productores bosnios más conocidos de los 80 (Hanka PaldumNada ObrićŠerif Konjević,Hasna KašmoSafet IsovićKadira Čano), y director del Instituto Sevdah que mimó, hasta su fallecimiento, en la localidad de Visoko. Con él, desde mediados de los 70 del siglo pasado, trabajó codo con codo, y ambos acabaron editando un buen puñado de vinilos, de estilo y gusto variados, compuestos y arreglados por Omer e interpretados por Ćazim. Uno de ellos fue el álbum titulado Poleti pjesmo Sandžaka (Diskoton, 1982) que, por supuesto, reunía un buen puñado de melodías de la zona. Grabado en los estudios Muzički Atelje Omega, de Visoko, Čolaković lo dejó todo en manos de un Pobrić que estampó su sello personal, a medio camino entre la tradición, y el riesgo que representaban los ritmos y sonidos ochenteros para el noble arte del Sevdah. No obstante, el resultado puede ser calificado de bastante digno, y un buen vehículo de expresión para un vocalista con un registro bastante ortodoxo que, según los entendidos de la región, se adaptaba a la perfección a las necesidades exigidas por las tonadas nacidas en el Sandžak. 

Canciones con aroma a Sandžak

Oj golube, moj golube es un buen ejemplo de ello. En este caso, Pobrić diseña unos arreglos y orquestación bastante ambiciosos, comandados por el sonido amplificado y tratado de un acordeón (el suyo) que, en casi toda la canción, parece compartir protagonismo con la voz de un Ćazim que se muestra seguro, alargando las notas y modulando hasta la extenuación, y manteniendo el ritmo de una composición nada sencilla, que va combinando compases de 2/4, 3/4 y 4/4. Todo ello para narrar una historia (de la cual podemos encontrar diversos textos) titulada, en castellano, Oh paloma, mi paloma, y que, a primera vista, parece repleta de metáforas y dobles sentidos: «No hagas caer mis frambuesas, que todavía están verdes. Cuando estén maduras ya caerán ellas solas, como las lágrimas de una niña o de un niño«.

Mara, eterna

En este caso, la avalancha de versiones existentes de tan solicitada gema es, casi inconcebible. La personalísima artista serbia, nacida en Rumanía, Mara Đorđević, realizó, en 1968, un sugestivo homenaje junto al sexteto de Dušan Radetić. Posiblemente, un poco más discutible sea la interpretación de Nada Obrić que apareció en su disco Pjevaj, Nado, pjevaj (Jugoton, 1979) comandado (lo presagiaban) por el mismísimo Pobrić. Lo que está claro es que, la pasión por Oj golube, moj golube de figuras de ayer y hoy es indiscutible. Si Emina Zečaj la incluyó en su Narodne pjesme iz Bosne (Jugoton, 1975), junto a la orquesta de Drago Trkulja; el serbio Jordan Nikolić‎hizo lo propio en su Razgranala grana jorgovana (PGP RTB, 1982), y Zaim Imamović se marcaba una interpretación un tanto diferente, en el aspecto musical, en el elepé Stara staza (Sarajevo Disk, 1983), compartido con su hijo Nedžad, a lo largo de este siglo, han sido proyectos como los de Divanhana (junto a Vanja Muhović, en su Dert de 2011), el guitarrista Boško Jović (en el Buđenje de 2014) o una inspiradísima Amira Medunjanin(Damar, 2016), los que han querido rendir pleitesía a una pieza del Sandžak que otras voces de la zona, como el mencionado Hamid Ragipović Besko (con Jovica Petković y la producción de Risto Svirkov, en 1979) o Kadira Čano (ayudada, otra vez, por Omer Pobrić, en 1988, en su Najljepše pjesme Sandžaka editado por Diskos), siempre han mantenido en su repertorio.

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